019. old habits
chapter nineteen
019. old habits
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NATASHA LE PRESTÓ a Pamela algo de su ropa para que se la pusiera. Eran más o menos del mismo tamaño, y estaba agradecida de quitarse ese vestido y ponerse un tank top y pantalones deportivos. Pero conservó esa chaqueta. Era extraño, pero ahora que tenía la chaqueta de Steve sobre sus hombros no quería quitársela, a pesar de lo holgada que colgaba y de que apenas podía ver las yemas de sus dedos en el borde de las mangas. La llenaba de una calidez y seguridad que no había sentido en mucho tiempo. No quería decirle adiós a ese sentimiento todavía. Y menos ahora, cuando la seguridad era lo último que tenían en ese momento; lo último que el mundo podría tener.
Comprobó si tenía cristales en los pies. Agradecida de que no fuera peor, se limpió los cortes y los vendó, antes de ponerse los calcetines que Nat también le había prestado. A continuación, comprobó su móvil, leyendo los mensajes que había enviado a Ellie y esperando que no estuviera dormida. Necesitaba que le contestara. Necesitaba que le dijera que estaba a salvo. Era una respuesta tonta y paranoica por parte de Pamela. ¿Qué androide tendría como objetivo a alguien que le importaba a Pamela? ¿Por qué iba a preocuparse por ella? Pero tras mucho tiempo, Pamela se había encariñado con alguien que no era ni espía ni superhéroe; Ellie era normal y Pamela no podía dejar que le pasara nada. Por eso temía su seguridad más que la de cualquier otro.
Al oír el golpe en la puerta, Pamela levantó la vista. Vio a Natasha entrar a su dormitorio, donde Pamela estaba sentada en el borde de la cama de la Viuda Negra. También se había quitado el vestido, se había puesto una chaqueta sobre una camiseta y también se había puesto pantalones deportivos.
—Aún no estás muerta, ¿eh?
La Víbora Roja asintió. Logró esbozar una pequeña sonrisa ante la broma en curso entre ellas.
—Aún no. ¿Y tú?
Natasha negó con la cabeza, esa sonrisa tímida tirando de sus labios.
—Aún no.
Pamela miró su móvil por última vez antes de levantarse. Se puso ansiosa cuando no recibió respuesta. Ni de Coulson, ni de Ellie... no importaba la razón lógica, Pamela todavía temía lo peor.
—¿Todo bien? —preguntó, sabiendo ya que la respuesta sería complicada. A pesar de haber bebido esa noche, Pamela se sentía sobria (era sorprendente lo que podía hacer casi ser asesinada por legionarios de hierro hackeados.)
—Seguimos en ello —respondió Romanoff—. Vamos, el Capi te quiere en el laboratorio.
El Capi. La urgencia en el tono de Natasha le dijo a Pamela que el escudo estaba sobre la espalda una vez más, y que cualquier momento suave entre ella y el hombre detrás de él tendría que esperar. Sin embargo, frunció el ceño, preguntándose para qué la necesitaría el Capitán América.
—¿Por qué a mí?
La Viuda Negra se encogió de hombros y salió de su habitación. Miró por encima del hombro mientras caminaba y se encontró con la mirada de Daniels.
—¿Vienes?
Apretó los labios pero se encontró cuadrando los hombros. Siguió a la Viuda por el pasillo y bajó hacia el laboratorio, alcanzando muy rápidamente el impulso decidido en un paso que pertenecía a la Víbora Roja.
A su llegada al laboratorio, ambas se encontraron con que casi todo el mundo estaba ya congregado. Había murmullos graves y un silencio frustrado, la mayoría aún intentaba recuperarse de la pelea que les había cogido a todos por sorpresa. Maria Hill estaba encorvada cerca de un escritorio, sacando cristales de sus pies descalzos. La Doctora Cho dedicó a Clint Barton una sonrisa de agradecimiento cuando le limpió el corte de la frente. El Doctor Banner arrugaba el entrecejo sobre el escritorio donde antes había estado el Cetro de Loki, y ahora reposaba un atril vacío. Agarró el borde de la mesa y Pamela observó cómo se le ponían blancos los nudillos por la dureza de su agarre; estaba enfadado, muy enfadado, y a pesar de ello todas sus partes no mostraban ningún signo de ira. El coronel James Rhodes se paseaba con una postura tensa, sin intentar ocultar su rabia. Se masajeó el hombro y pasó junto a Tony Stark sin decir palabra. Iron Man observó a su amigo y, por una vez, guardó silencio.
El Capitán América se dio vuelta cuando Daniels y Romanoff entraron. Él guardó silencio, pero cuando encontró los ojos de Pamela, ella vio una silenciosa preocupación: una pregunta sobre si se encontraba bien. Ella asintió sutilmente.
El único no presente era Thor, que seguía buscando al legionario que había tomado el Cetro, con la esperanza de atraparlo antes de que llegara demasiado lejos.
Pamela se apoyó en una de las mesas al lado de Romanoff, observando cómo Banner lentamente enfrentaba los pedazos desgarrados de la armadura del legionario sobre el escritorio.
—Ultrón se ha llevado nuestro trabajo —dijo de repente—. Ha usado Internet como escotilla de escape.
Steve se burló por lo bajo, un sonido que Pamela no había oído mucho antes.
—Ultrón —murmuró, su tono amargo y furioso, como si no estuviera sorprendido y hubiera confiado en que lo estaría.
—Ha accedido a todo —apuntó la Viuda Negra, cruzándose de brazos, apoyándose en la mesa junto a Daniels. La miró—. Archivos, vigilancia. Lo sabe absolutamente todo sobre nosotros.
Las palabras pusieron rígida a Pamela. No podía evitar sentirse tan expuesta como cuando S.H.I.E.L.D. cayó y todos descubrieron la verdad. Secretos y archivos (y sabía que existían archivos sobre ella aquí, en la Torre de los Vengadores) manipulados y utilizados por un enemigo que había sido ellos todo el tiempo, y luego filtrados a cualquiera lo bastante testarudo como para descifrar los enigmas de sus vidas.
—Está en vuestros archivos, en Internet —refunfuñó el Coronel Rhodes mientras seguía paseando por el lugar—. ¿Y si decide acceder a algo un poco más emocionante?
Maria Hill expresó todo lo que estaban pensando:
—Códigos nucleares.
—Códigos nucleares. Debemos hacer unas llamadas, suponiendo que aún podamos.
—¿Nucleares? —Romanoff frunció el ceño, tensa—. Ha dicho que nos quería muertos.
—No ha dicho muertos, ha dicho extintos —el Capitán América la miró con gravedad.
—Ha dicho que había matado a alguien —habló Barton, de pie cerca de las escaleras.
—Pero no había nadie más en el edificio —dijo Hill.
Entonces Stark suspiró y dio un paso adelante.
—Sí había alguien —desde su tableta, una proyección parpadeó en el centro del laboratorio. Se trataba de una proyección destrozada, como si una bomba de luz naranja hubiera estallado en el centro; trozos fracturados de programación yacían en un cementerio virtual que todos, excepto Pamela, reconocieron.
El Doctor Banner pareció horrorizado. Se arregló las gafas y se acercó con lentitud a la proyección.
—¿Qué...? —susurró, incapaz de creer lo que veía—. Es una locura.
Steve bajó la cabeza.
—J.A.R.V.I.S. era nuestro escudo —murmuró, respirando profundamente. Se cruzó de brazos—. Habría apagado a Ultrón. Tiene sentido.
Daniels pronto se dio cuenta de qué se trataba todo esto. Este desgarro de programación destrozado, desfigurado, era lo que solía ser la interfaz de Stark en toda la torre y dentro de sus trajes. Ultrón había destrozado a J.A.R.V.I.S. como si fuera un animal feroz y furioso.
—No —murmuró Banner, sacudiendo la cabeza. Se retorció las manos, ansioso mientras examinaba la vista—, Ultrón podría haber asimilado a J.A.R.V.I.S. Esto no es una estrategia. Esto es cólera.
Pamela no pudo evitar hablar; su silencio fue roto por una pregunta inquietante que le hizo sentir un poco de náuseas en el estómago.
—Pero Ultrón es sólo programación, ¿verdad? ¿Cómo puede la programación sentir cólera?
—Llamarlo solo programación es un poco ofensivo, Down Under —dijo Stark inmediatamente, a la defensiva de su trabajo—. Programar sería cualquier código que esté en tu aplicación favorita del móvil.
—Sí, pero hasta eso tendría una programación —Daniels combinó su tono defensivo con uno propio, seco y sensato—. Entonces explícame por qué algo como Ultrón puede sentir tanta cólera que supera su programación. ¿Qué le hiciste?
En vez de sentirse obligado a responder a su pregunta, Tony Stark se limitó a mirarla incrédulo, luchando contra una burla divertida, como si la propia Pamela estuviera fuera de sí por sentirse frustrada y acusadora. Ella lo odiaba. Incluso ahora, con su interfaz destrozada, los códigos nucleares en peligro y el Cetro desaparecido, Tony Stark no podía admitir ningún error ni ninguna responsabilidad. Este era el mismo hombre que se había puesto delante de la prensa, las cámaras y los micrófonos centelleantes, y había dicho al mundo entero que nunca volvería a utilizar su dinero para fabricar armas masivas para el ejército; el mismo hombre que anunció al mundo entero que era Iron Man. Sin máscara, sin cortina de humo, haciéndose responsable de todo lo que había hecho, y de todo lo que haría (Pamela lo había visto en su propia pantalla de televisión) y, pese a ello, ahora mismo ni siquiera podía decir que tal vez había cometido un error.
Pero antes de que Tony Stark pudiera hacer algún comentario inteligente o desagradable en respuesta al ceño fruncido de Pamela, unos pasos poderosos irrumpieron en el laboratorio, resonando con suficiente fuerza como para hacer temblar el lugar.
Stark volteó y no tuvo tiempo antes de que la mano de Thor estuviera alrededor de su garganta. Pamela se puso en acción, a pesar de sus quejas, pero Romanoff colocó una mano alrededor de su brazo, manteniéndola atrás.
—Se está propagando —murmuró Barton, sin hacer nada más que sentarse y mirar al pie de las escaleras.
Stark luchó mientras lo levantaban del suelo, agarrando la muñeca de Thor pero sin mostrar ningún aliento de miedo. Miró al dios del trueno.
—Usa las palabras, colega —dijo con voz áspera.
—Me sobran las palabras para describirte, Stark —soltó furioso el asgardiano, sin soltarlo.
—Thor —a pesar de ser muy mortal en comparación, en el momento en que el Capitán América levantó la voz, el agarre de Thor se relajó. Dejó a Stark sobre sus pies y Tony se alejó tambaleándose, frotándose la garganta—. El legionario.
Lanzando una última mirada a Stark, Thor cuadró los hombros y se enfrentó al resto.
—El rastro se perdió a unos ciento sesenta kilómetros al norte —dijo, casi gruñendo—. Y tiene el Cetro —añadió. Daniels no pudo evitar sentir un ápice de pavor ante la mirada de Thor. Se trataba de un dios que podía controlar el rayo y aplastar a muchos de ellos con sus propias manos, su ira era realmente igual a la viciosa vorágine de un ciclón; despiadada e implacable—. ¡Ahora tenemos que recuperarlo otra vez!
—El genio ha salido de la botella —dijo Romanoff—. Lo primordial es Ultrón.
—No lo entiendo —murmuró la voz tranquila de Helen Cho. Todos la miraron. Había pasado por alto por un momento, flotando junto a los legionarios destrozados en la mesa de trabajo y la tumba destrozada de la interfaz de Stark—. Vosotros creasteis este programa —miró al Doctor Banner y a Stark—, ¿por qué intenta matarnos?
Daniels no sabía lo que esperaba, pero no esperaba que Tony Stark se riera.
La sala quedó en un silencio sepulcral, y esas risas cortaron el frágil cristal que mantenía unida la ira de todos. Banner sacudió la cabeza, intentando sutilmente que Tony se detuviera.
—¿Te parece gracioso? —Thor apretó los puños.
—No —contestó Stark rápidamente. Su tono no era genuino. Daniels frunció—. Posiblemente no lo es, ¿vale? Esto es terrible —contenía la risa—. Es tan... es tan... —estalló en otro pequeño ataque de risa—. Lo es. Es terrible.
Daniels exhaló fuertemente por la nariz. Sabía que no le correspondía intervenir, estallar o enfadarse. No era su equipo. No era una Vengadora. Debía callarse y dejar que resolvieran sus problemas. Pero se había enfrentado a legionarios que debían proteger a la gente. Había visto cómo una interfaz amenazaba con extinguir a los Vengadores, un equipo que incluía a tres personas que le importaban mucho. Una interfaz que, al parecer, era mucho más que una interfaz, y que no sólo podría no detenerse ahí, sino acabar perjudicando a más gente que le importaba; dañar al mundo. Estaba cabreada.
—Esto se podría haber evitado si no hubieras jugado con algo que no comprendes... —la voz de Thor se hizo gradualmente más fuerte mientras caminaba de regreso hacia Stark. Hizo un gesto hacia donde una vez había estado el Cetro.
—¡No! —Stark avanzó con una confianza arrogante—. Lo siento. Lo siento. Sí que es gracioso. Es para partirse que no pilles por qué necesitamos esto.
El Dr. Banner hizo una mueca y se pasó la mano por un lado de la cara.
—Tony —advirtió con cuidado—, puede que este no sea el momento...
—¿En serio? —se volvió hacia él—. ¿Ya está? ¿Tú solo te tumbas panza arriba cada vez que alguien gruñe?
—Sólo cuando he creado un robot asesino.
—Nosotros no. ¡Ni siquiera estábamos cerca de la interfaz!
Banner se encogió de hombros, haciendo una mueca que decía todo lo que necesitaban saber.
—Bueno, algo sí que has hecho —dijo Steve, alejándose de una de las mesas—. Y lo has hecho aquí. Los Vengadores debían ser distintos a S.H.I.E.L.D.
—¿Recordáis cuando llevé una bomba nuclear por un agujero de gusano? —ante esas palabras, hubo algunos suaves gruñidos, como si esto fuera algo que hayan escuchado un millón de veces. Pamela miró a Natasha, quien frunció los labios, sin parecer orgullosa de la situación—. Salvé Nueva York. ¿Lo recordáis? Un ejército alienígena hostil nos atacó a través de un agujero en el espacio. Estamos justo debajo.
Stark frunció los labios y bajó la voz con un pequeño suspiro. Apretó las manos.
—Somos los Vengadores —le dijo a su equipo, suavizándose—. Podemos atrapar a traficantes de armas, pero lo de allí arriba... —vaciló mientras señalaba hacia el techo. Tragó con dureza—, es el final. ¿Cómo queríais vencer a eso?
El Capitán América apretó la mandíbula.
—Juntos.
Iron Man lo miró a los ojos. Dudó.
—Perderemos.
—Pues también lo haremos juntos.
Tony pareció envejecer diez años en ese único momento. Se dio la vuelta.
Rogers lo miró, antes de echar hacia atrás los hombros y continuar.
—Thor tiene razón. Ultrón nos está retando. Daniels... —miró, sorprendida cuando él la llamó. Se sentía como si estuviera otra vez en uno de esos jets, escuchando el informe de una misión. Ella simplemente nunca esperó ser parte de esto—. Me gustaría pillarlo desprevenido. El mundo es muy grande. Empecemos haciéndolo más pequeño.
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LA VISTA era lo único que le gustaba de este lugar. La forma en que el amanecer trepaba y pasaba por encima de los imponentes complejos que rodeaban la Torre de los Vengadores, justo al otro lado de la ventana que tenía delante, era algo casi divertido. Pamela Daniels había estado ceñuda con las tabletas, mirando los monitores de los ordenadores y las pantallas de los portátiles, intentando localizar a Ultrón y en cuanto vio aquella vista, se le quitó algo de tensión de los hombros por su belleza.
Habían estado trabajando sin parar, intentando encontrar piezas de información esparcidas por todo el mundo. Era más fácil encontrar a Ultrón —o trozos de dónde había estado— de lo que había sido intentar encontrar a Bucky Barnes el último año, cosa que a Daniels no le hacía mucha gracia. Pero siguió concentrándose en lo que hacía, utilizando técnicas que tanto habían maravillado durante su estancia en S.H.I.E.L.D. al margen de sus habilidades físicas.
Pamela se frotó los ojos y se apartó el pelo de la cara; hacía tiempo que se había quitado el maquillaje, y lo que quedó atrás era una joven que necesitaba una larga noche de descanso.
Levantó la vista cuando vio que alguien colocaba una taza de té caliente sobre el escritorio en el que estaba trabajando. Frunció, sorprendida por el gesto. Al levantar la mirada por completo, se sorprendió aún más al encontrar al Dr. Banner.
—Sin leche y sin azúcar, ¿verdad? —preguntó el doctor. Pamela asintió.
—Sí, gracias —murmuró, tomando la taza con suavidad, todavía sorprendida por su amabilidad.
—Bueno, alguien tenía que darte las gracias por ayudarnos en algo a lo que te hemos arrastrado —el Doctor Banner le dedicó una tímida sonrisa antes de suspirar y sentarse frente a ella. Pamela no entendía cómo lo hacía. ¿Cómo podía estar tan tranquilo? Tan... pacífico, aunque debía de ser el más enfadado de todos sin poder evitarlo. Pero de alguna manera, podía. De alguna manera, incluso se las arregló para calmar a Pamela, sólo por su suave presencia—. Eh... antes preguntaste por qué Ultrón podía experimentar suficiente cólera. No puedo explicar exactamente por qué, pero tengo una idea de lo que contribuyó a ello.
Ella volvió a fruncir el ceño y ladeó la cabeza, pidiendo en silencio al Dr. Banner que continuara. Él apoyó las manos en el escritorio, frunciendo los labios. Permaneció callado un momento antes de decir:
—Stark y yo utilizamos componentes del Cetro para mejorar la tecnología. Es... un nivel de ciencia que no había visto en mi vida. Lo que sea que esté dentro de ese Cetro, mostraba inteligencia que parecía... pensar como podríamos pensar nosotros. O eso parece. La actividad parecía ser neuronas reales... disparándose, moviéndose, conectándose; como lo harían las nuestras. No estoy seguro si lo que usamos para crear a Ultrón le permite tener emociones... Tal vez no son exactamente emociones como tú podrías pensarlas y entenderlas, pero esta mente inteligente puede aprender...
—Puede imitar —dijo de pronto Pamela, con la respiración entrecortada. Abrió los ojos en redondo y se recostó en la silla. Su mente empezó a dar vueltas con pensamientos acelerados—. Ultrón no siente, imita. Como un niño pequeño —le dijo a Banner, haciéndole un gesto. Él parpadeó, sorprendido por la conexión que ella hizo—. Es como un infante. Todavía está aprendiendo... —se rió entre dientes, un poco desconcertada—. Los bebés, los infantes, imitan lo que hacemos para aprender. Imitan nuestras palabras, nuestros movimientos y nuestras reacciones, incluso cómo nos comportamos, aprenden de nosotros y esto contribuye al desarrollo de su cerebro. Y cuando tienen tantas cosas en la cabeza, tantas cosas a su alrededor, cuando se les dice «no», aún no han desarrollado plenamente la comprensión para entender la decepción, para entender cómo superarla o cómo comunicar exactamente lo que sienten. Así que reaccionan. ¡Experimentan frustración e ira y reaccionan de forma irracional!
Ante su pequeña exclamación, Romanoff, Thor y Hill miraron desde el laboratorio principal a través del cristal hacia el laboratorio del Doctor Banner.
Banner miró a Daniels con el ceño fruncido. Parecía impresionado. Él consideró sus palabras e inclinó la cabeza.
—Supongo que es una forma de verlo.
—¿Qué programasteis Stark y tú para enseñarle a Ultrón? —preguntó Pamela rápidamente, con el corazón acelerado—. Le habéis dicho que proteja el mundo, ¿verdad? Para arreglarlo... ¿Qué le enseñasteis a hacer o qué tenía que evitar?
De repente, el doctor adoptó una expresión muy sombría.
—¿Qué crees que programamos? Si tuvieras la oportunidad de pedirle a alguien que evite el fin del mundo, ¿qué le mostrarías?
Un escalofrío recorrió la espalda de Pamela. Miró su té.
—Le habéis mostrado la guerra a Ultrón.
—Un siglo entero.
—Todo un siglo de dos grandes guerras, las más sangrientas de la historia —Pamela cogió la tablet que le habían dado—. Le habéis enseñado las consecuencias de la colonización, todo lo que la gente ha hecho mal y nada de lo que se ha hecho bien». Frunció los labios, con la sensación de malestar de vuelta—. Creo que sé cómo encontrarle. Sé dónde buscar.
—¿Sólo con eso? —Banner frunció el ceño.
—Le habéis enseñado a Ultrón cien años de errores de la humanidad —replicó Pamela, buscando inmediatamente en la base de datos, era una vía más rápida que usar un simple buscador de noticias que el gran público aún no conocería—. Los dos le mostraron que todo lo que la gente hace es destruir el mundo, no tratar de salvarlo. Ultrón va a imitar lo que cualquier otro héroe autoproclamado en la lección de historia que le disteis ha hecho cuando se ha leído a Karl Marx y cree que puede salvar el mundo. Va a construir una armada, reunir apoyo, y proyectar sus creencias en otros que son fácilmente influenciables porque todo lo que han experimentado es la guerra y las consecuencias. Y si está imitando a Stark, bueno, Ultrón es carismático y arrogante. La historia es simple.
—A ver, eso...
—Entrasteis en contacto con dos individuos mejorados en Sokovia, ¿verdad? —murmuró Pamela, apresurándose a perfeccionar el filtro en su búsqueda.
—S-Sí, pe-pero...
—¿Cuáles eran sus poderes?
—El hermano es increíblemente rápido, la hermana dispone de manipulación mental , pero no entiendo cómo te va a ayudar esto a...
Pamela se levantó.
—Lo encontré.
—... encontrarlo —finalizó el doctor, mirándola con confusión mientras la Víbora Roja salía del laboratorio, marchando en una misión para encontrar al Capitán América.
Sosteniendo la tablet bajo el brazo, bajó apresuradamente las escaleras y encontró a Steve saliendo del ascensor hacia el espacioso círculo de pasillos, talleres, gimnasios y laboratorios abiertos. Se había puesto algo más cómodo, pero Pamela notó la tela y el diseño de la mitad inferior del traje del Capitán América junto con la sencilla camiseta de gimnasia que abrazaba su torso. Ya estaba a medio paso del campo de batalla.
Pam se detuvo al pie de las escaleras y tuvo un momento incómodo cuando se dio cuenta de que todavía llevaba calcetines y no había robado (tomado prestado) un par de zapatos de Nat. Estaba tan comprometida con lo que le habían pedido que hiciera que supuso que lo había olvidado.
—Hey —habló, y Steve inmediatamente caminó hacia ella a grandes zancadas.
—¿Has encontrado algo? —dijo, y Pamela asintió. Se unió a ella en las escaleras y ambos subieron hacia el laboratorio. Ella se agarró al pasamanos para ocultar cómo casi resbaló con los calcetines en la superficie resbaladiza.
—Sí —la Víbora Roja adivinó por el tono de su voz que el matiz de la conversación era profesional, nada más. Pamela sintió un soplo de decepción. Pero, ¿qué quería que le dijera Steve cuando la viera? ¿Quería que le preguntara si estaba bien? ¿Quería ver una pequeña sonrisa divertida al verla todavía con esos calcetines?—. Hay informes por todas partes. Ultrón ha entrado en laboratorios de robótica, instalaciones armamentísticas, laboratorios de retropropulsión. Todos hablan de un hombre de metal, u hombres, entrando y vaciando el lugar.
Levantó la vista mientras Steve miraba la tablet por encima del hombro, notando los muchos informes que había fijado justo en el tiempo que le llevó encontrarlo. Él se dio cuenta de que eran diferentes inmediatamente.
—¿Y estos?
—Otros informes —respondió Pamela cuando llegaron al primer descanso de las escaleras y continuaron subiendo—. La mayoría siguen el mismo patrón. Ultrón está acaparando recursos.
—¿Qué tienen de diferencia?
—A eso iba —le reprendió en voz baja—. Mira... —se detuvieron y Pamela le mostró uno de los informes. Steve apoyó una mano en el pasamanos, cerniéndose sobre ella, y el corazón le dio un vuelco. Por el momento tuvo que ignorarlo—. Las únicas víctimas mortales se producen cuando están comprometidas, y aún hay más informes y transcripciones en camino, pero hasta ahora la mayoría hablan de gente que queda... en un vahído hablando de viejos recuerdos, sus peores miedos y de algo muy rápido para la vista.
Steve suspiró al darse cuenta.
—Los Maximoff.
Pam arqueó una ceja.
—¿Son los hermanos mejorados? —ante su mirada, ella rápidamente puso los ojos en blanco—. Vamos, ¿de verdad creíste que no iba a encontrar esa información?
Steve la vio dar unos pasos más antes de seguirla, incrédulo.
—No, pero deberías haber preguntado en lugar de hacerlo a mis espaldas.
—Estás siendo dramático.
Echaba de menos la mirada amable de Steve, un parpadeo de broma que se desprendía de su postura rígida para ver fluir entre ellos una conversación que le recordaba a cómo solían trabajar. Salvo que, esta vez, en lugar de estar el uno en el cuello del otro (o eso parecía), se sentía casi tranquilizador y daba a Steve una sensación de alivio que le quitaba parte de la tensión de encima.
Siguió adelante y alcanzó a Pamela muy rápidamente.
—Tiene sentido que Ultrón acudiera a ellos. Tienen a alguien en común.
—Sí y no —le mostró el siguiente informe que había fijado. Pamela se detuvo una vez más y apoyó la espalda contra la barandilla cerca de la pared. Steve la miró con curiosidad y tomó la tablet cuando ella se la pasó.
Él miró la espantosa imagen en la pantalla. Pamela observó cómo fruncía al ver el cadáver de Strucker, asesinado justo en su cama en su celda. En la pared, escritas con su sangre, estaban las escalofriantes letras que componían la palabra PAZ.
Steve encontró su mirada.
—Esto es un mensaje contradictorio.
—Aunque tiene sentido —Steve le frunció el ceño, curioso por sus palabras. Ella rápidamente explicó—: Ultrón está imitando las instrucciones dadas por Stark y Banner.
El ceño de Steve se hizo más profundo.
—¿Llamas a eso una forma de lograr la paz? —preguntó bruscamente.
—No —se apresuró a decir ella, sorprendida por su tono defensivo—. No es lo que he dicho. Digo que el camino hacia la paz es subjetivo para las personas... y los androides, al parecer. Si le das a alguien con la inteligencia de lo que sea que posea este Cetro, y la regulación emocional y la comprensión de un crío de dos años toda la historia del siglo pasado, probablemente reaccionaría así. Esta podría ser su idea de la paz.
Lo escuchó suspirar y frotar el espacio entre sus cejas, luciendo frustrado. No con ella, estaba segura, sino con toda esta situación. Pamela frunció los labios.
—Si pensara que Ultrón traería la paz, colgaría mi escudo —respondió Steve.
Pamela intentó contener su propio suspiro, sabiendo que Steve estaba siendo terco y no escuchaba completamente lo que decía, pero su elección de palabras la detuvo. Hizo una pausa, vacilante. Luego, suavemente, murmuró:
—¿Lo harías?
Steve encontró su mirada una vez más. Pamela se quedó torpemente debajo de él.
—¿Lo harías? —ella le preguntó de nuevo—. Si tuvieras paz, ¿lo harías?
Pensó en ese jarrón que todavía tenía que comprar para llenar ese lugar vacío y solitario en la cómoda de su dormitorio, y de repente realmente quiso saber la respuesta de Steve.
Steve juntó los labios. Volvió a mirar la tablet que tenía en las manos. No respondió a su pregunta.
—Vamos —dijo, pasando a su lado—. Si esta es la idea de paz de Ultrón, quiero detenerlo antes de que haga algo peor.
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SE REUNIERON con el resto en el laboratorio principal. Romanoff frunció ante un monitor con Stark ahora mirando sobre su hombro. El Coronel Rhodes había vuelto al Pentágono lo antes posible para difundir el mensaje urgente de seguridad cibernética en torno a los códigos nucleares del mundo. Había estado manteniendo correspondencia con los Vengadores desde dentro de los muros de la fortaleza.
—Esta noche tendremos acceso a todas las vías de información básica —decía la Viuda Negra cuando Daniels pasó junto a ellos, bebiendo su café y luciendo tan cansada como el resto.
—Sí —soltó el Coronel Rhodes desde el monitor. Pamela le echó un vistazo con su uniforme blanco y le felicitó por haber disimulado su resaca—. Sin duda, vosotros estáis fuera de la lista de Navidad del Pentágono. Todos los países con armas nucleares están combatiendo un ciberataque. Máquina de Guerra se ha desplegado en caso de que ciertas personas empiecen a culparse unas a otras en vez de a vosotros.
—Vale —Stark apoyó una mano en el borde del escritorio—, mantén ese pensamiento. Déjame que te haga una noche una nueva unidad de encriptación para tu traje por si Ultrón quiere entrar.
—Entendido, gracias.
Romanoff dejó su café, preocupada.
—Si te enteras de algo, nos lo dices —le dijo al coronel Rhodes.
—Lo mismo digo. Tened cuidado.
—Igualmente.
Al finalizar la llamada, Daniels caminó hacia Romanoff, parándose a su lado con la gentil necesidad de compañía entre todas las repentinas revelaciones y pensamientos inquietantes. No dijeron nada, pero Pamela estaba agradecida, en el fondo, de que, aunque bien podría estar rodeada de extraños, todavía tenía a Natasha para seguir y confiar.
Stark se irguió y miró a Daniels con el ceño fruncido.
—Sigues aquí —dijo, contundente y desconcertado.
Pamela le devolvió el ceño, confundida.
—Sí, te estoy ayudando a encontrar a Ultrón. Soy buena en eso.
—¿Buena en qué?
—Encontrando cosas.
Tony la miró incrédulo.
—¿Como un Hufflepuff?
Pamela parpadeó.
—¿Un qué?
Stark la señaló brevemente.
—Como un Hufflepuff —cogió su bebida matutina a base de hojas de espinaca y plátano—. Ya sabes —añadió ante la mirada poco impresionada de ella—, porque los Hufflepuff son particularmente buenos buscadores. ¿No has visto Harry Potter?
Ella hizo una mueca, sin saber si estar molesta o confundida por Tony Stark.
—Claro que he visto Harry Potter —Daniels se cruzó de brazos—. Y soy de Gryffindor, no de Hufflepuff.
Tony hizo un sonido de incredulidad en el fondo de su garganta.
—Eres de Hufflepuff.
—Steve es el Gryffindor —murmuró Romanoff sin darse cuenta.
—Y eso es lo primero que he oído en toda la mañana que tiene todo el sentido del mundo —declaró Stark antes de dar un sorbo a su bebida, y Daniels se preguntó cómo podía hacer que una tarea tan sencilla y mundana como aquella pareciera tan detestable.
Las conversaciones sobre Harry Potter y a qué casa pertenecían terminaron tan pronto como comenzaron cuando el Capitán América se acercó al escritorio con Thor a su lado. El Dios del Trueno frunció ante la tablet que Steve le entregó, igual de preocupado en la escena del crimen.
—¿Qué es?
Stark se levantó del escritorio y rodeó a Daniels para ver. Tan pronto como se acercó, Thor le entregó la tablet con tanta agresividad que golpeó su pecho y Daniels escuchó el suave ¡hmph! Stark intentó disimular. El Capitán América puso las manos en sus caderas y asintió hacia el dispositivo.
—Un mensaje. Ultrón mató a Strucker.
Cuando el Dr. Banner se unió, Stark le mostró las conclusiones de Daniels en la tablet. Bruce Banner puso inmediatamente una suave cara de disgusto antes de dejar un vaso de agua delante de Romanoff. Por la expresión que puso ella, Pamela se dio cuenta de que no se lo esperaba. Sus ojos se suavizaron y sólo Daniels vio la pequeña sonrisa que se dibujó en la comisura de sus labios.
—Y dejó un Banksy para nosotros —dijo Tony.
Le pasaron la tableta a Romanoff y ella se enderezó. Sus cejas se juntaron mientras muchos pensamientos cruzaban por su mente.
—Es una cortina de humo —murmuró.
El doctor Banner la miró fijamente, desconcertado.
—N-No —dijo en voz baja—. No es ninguna cortina.
Natasha fijó su mirada en la de Pamela, feroz y esperando que la Víbora Roja entendiera lo que decía. Daniels frunció los labios y volvió a mirar la imagen de la escena del crimen. Inclinó la cabeza y su respiración se entrecortó cuando llegó a ella.
—¿Para qué un mensaje cuando has dado un discurso?
Daniels tomó suavemente la tableta una vez más.
—Porque Ultrón se equivocó —murmuró—. Se portó mal.
Banner observó a Daniels enderezarse.
—Como un infante —repitió sus palabras anteriormente.
—Exactamente como un infante —estuvo de acuerdo, y todos los Vengadores compartieron miradas de incredulidad—. Tuvo que montar una escena, y ahora lo sabemos. La paz es sólo una cortina, como siempre. Entonces, ¿por qué mató a Strucker?
Stark levantó una mano molesta.
—Lo siento, retrocedamos hasta que llamaste a mi trabajo un infante...
—Strucker sabía algo que Ultrón no quería que supiéramos —lo interrumpió Steve, mirando a Pamela. Ella tarareó y asintió.
Saliendo del hilo de pensamiento de Daniels, Romanoff buscó en la base de datos en la computadora frente a ella.
—Sí, apuesto a que... —se recostó en la silla, sin sorprenderse cuando el nombre de Strucker salió vacío—. Sí, han borrado lo que teníamos sobre Strucker.
El Capitán América apretó la mandíbula.
—No todo.
Pamela se sentía como si no hubiera mirado un archivo físico de S.H.I.E.L.D. en más de un año. Las cajas y cajas de viejos registros y archivos sobre Strucker e HYDRA rodearon el laboratorio en sus mejores esfuerzos por clasificarlos todos. Barton había regresado. Daniels no sabía adónde había ido ni qué había estado haciendo.
Estaba en silencio mientras se sentaba al lado de Romanoff, hojeando archivos viejos e incapaz de detener las respiraciones de recuerdos que aparecían en su mente. Años y años de mentiras y violencia, mentiras que Daniels había dicho sin siquiera cuestionarlas. Había amargura en el borde de su lengua al ver esos archivos nuevamente.
Los días que había pasado revisando archivos, buscando personas que nunca sabría si habían sido HYDRA o alguien que había decidido hacer las preguntas correctas; cazándolos y matándolos, hundiéndoles sus colmillos profundamente y envenenándolos sin ningún remordimiento hasta que era demasiado tarde.
Esos pensamientos la hicieron mirar a la ciudad por las ventanas. ¿Qué hacía aquí? ¿Por qué se quedaba? ¿Para qué estaba aquí? Ella sabía cazar, no encontrar a alguien para salvar a otro. Tal vez por eso podía cazar a Ultrón con tanta facilidad y tenía tantos problemas para buscar a Bucky Barnes.
Cuando pensó que habían revisado todas las cajas, Steve regresó con otra.
—Socios conocidos —dejó a un lado la tapa—. El barón Strucker tenía muchos amigos.
Pamela frunció los labios y tomó el expediente que él le entregó sin decir nada. Lo abrió pero se sintió un poco menos motivada.
—Estas personas son todas horribles —murmuró el Doctor Banner mientras abría otro archivo.
—Esperad... —Stark pasó la mano por encima del hombro de Daniels y le quitó su archivo. Ella lo miró y soltó un molesto ¡eh!—. Yo conozco a ese —revisó el expediente y ella se levantó, deslizando las manos en los bolsillos de la chaqueta de Steve—. Antes operaba en la costa de África. Mercado negro de armas.
La expresión del rostro del Capitán América hizo que Iron Man suspirara exasperado.
—Hay convenciones, ¿vale? Conoces a gente. No le vendí nada.
Steve sacudió la cabeza y decidió no decir nada.
—Él hablaba de encontrar algo nuevo que cambiara las cosas. Algo innovador.
Thor notó algo y se adelantó, seleccionando una de las fotos.
—Esto —les mostró la foto, señalando una torcedura en la piel del cuello del hombre: una cicatriz de quemadura en forma de símbolo.
Stark miró y se encogió de hombros.
—Uh, es un tatuaje, no creo que lo tuviera.
—No —el Dios del Trueno negó con la cabeza y movió su dedo hacia la tinta en los brazos del hombre—. Esto son tatuajes —su dedo volvió a la cicatriz en el cuello del hombre—, esto es una marca.
El Doctor Banner echó un vistazo a la foto y la cogió suavemente de la mano de Thor. Se dirigió al ordenador y se sentó. Daniels se fijó en cómo escaneaba la foto y quedó impresionado por el sistema que buscaba automáticamente entre muchos tipos diferentes de marcas antes de dar con una coincidencia.
—Ah, sí. Es una palabra en un dialecto africano que significa 'ladrón' dicho de un modo poco amistoso.
—¿Qué dialecto? —preguntó Steve.
—Uh... —los ojos del doctor brillaron sobre el monitor—. W-Wakanada... uh, Wakanda.
Las cejas de Pamela se fruncieron. Su mirada se centró en Steve, quien se enderezó y tenía el aliento atrapado en el fondo de la garganta. Stark se cruzó de brazos y compartió un ceño de preocupación con el Capitán América.
—Si este tío salió de Wakanda con sus mercancías...
Steve se inclinó hacia adelante, sus manos presionando el borde de la mesa.
—Tu padre dijo que él se lo llevó todo.
—No os sigo —el Dr. Banner regresó a la mesa—. ¿Qué sale de Wakanda?
Sus miradas viajaron hacia el elegante y redondo escudo colocado contra la pared.
—El metal más fuerte de la Tierra.
El Capitán América apretó la mandíbula. Se volvió hacia Stark.
—¿Dónde está ese tío ahora?
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